martes, 13 de noviembre de 2012



Márchate
Deja atrás el cadáver de lo que fue glorioso
Ten cuidado al salir:
no pises la esperanza,
que resbaló hace días
y agoniza a solas en el suelo
Cuando por fin desaparezcas
nada será mejor
lo sé
Provocaste el derrumbe
del castillo de arena
nada más llegar
Ahora ya no quedan cubos
ni manos pequeñitas
inocentes
para horadar el foso
Pero te habrás ido
Mejor rastrojos sin ti
que débiles brotes
bajo tu sombra

viernes, 7 de septiembre de 2012


He vuelto de vacaciones y me he dado de bruces con la realidad. A lo mejor la inmensa tristeza, la decepción, han sido más fuertes por haber huido casi un mes de todo. Pero el caso es que estoy perdiendo la fe, y duele mucho. Tras semanas sin tocar un periódico, sin acceso a Internet, sin ver la televisión, llevo cinco días intensivos de bofetadas en la boca. No sé si aguantaré uno más.
Hay dos cosas que me preocupan especialmente, al margen de la mierda en sí. Una soy yo misma. Por un momento, he perdido la energía que da la rabia, el cabreo ante la injusticia. Sólo siento una infinita pena. Un nudo en el estómago constante que se deshace en llanto ante el televisor. Pero de qué sirve eso. No sé si de verdad alguna vez he creído tan profundamente en la posibilidad real de que el mundo cambie, pero desde luego tengo claro que la realidad no se altera con lágrimas. La ira, en cambio, puede que no sea una manera perfecta, pero sí es una manera. Y qué pasará cuando medio mundo esté cada vez más anestesiado y el otro medio vencido por el dolor, me pregunto. ¿Será cada día que pase más y más fácil todavía despellejarnos el alma? ¿Cuando los obscenamente acostumbrados a la buena «vida» ya no tengamos para comer seremos capaces de rebanar el cuello a quien sea necesario? ¿Habrá que llegar a eso?
Y esa es la otra parte. Es tanto, tanto, y tan insoportable, y tan grande, inabarcable, que paraliza. Tantos frentes en un solo país... No hay sólo un «malo», hay millones, y los verdaderos desgraciados están escondidos, claro, y no tienen cara. Cómo iban a tenerla, si no son humanos. Y en cada débil y desprotegido se esconde otro y otro y otro...
Yo pensaba que la venganza que nunca se nos podría arrebatar es la alegría. He llegado a decirlo con una sonrisa sincera en los labios, y en el fondo sigo creyendo en ello. Pero es tal la culpabilidad. Sólo algunos privilegiados –cada minuto que pasa somos menos y menos– podemos «vengarnos» así, y ni siquiera eso le importa a nadie.
Me siento derrotada, sin mi cabreo, sin mi fe. Y pesimista. Y eso nunca, nunca lo había sentido.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Aunque no te haga justicia,
prometo no volver
a echarme a perder.

Te reprocho tu mirada diferente
cuando yo ya no te veo.
Y entonces llega el cambio,
tras la lucha,
y vislumbro tu brillo
antiguo y querido.
Recuerdo,
y otros ojos se alejan.
Siento
un ancestral calor,
el del hogar.
Miro al centro
de lo que creía perdido
y me deslumbro
con mi propio poder.
Descubro
qué es lo que busco
más allá de ti,
a mí.

jueves, 9 de agosto de 2012

Días vagabundeando entre cuatro paredes,
viendo viejas películas,
escuchando justo la música equivocada,
me han traído hasta aquí.

Años de sueños sin sentido,
fantasías, literatura e ideales,
con tus nítidos ojos persiguiéndome,
me han conducido justo a este preciso momento.

Me voy de viaje
en más de un sentido.

Y justo antes, aquí, escribiendo
intento eludir cualquier claridad.

Nunca, jamás, me he dejado llevar de verdad.
Ni siquiera quiero saber cómo es
por el pánico a que me guste
y eso desbarate todo.

Algún día debería llamar
y decirte que podrías tenerme
sólo por una canción.

O empezar a vivir de una vez,
como me dicen los oráculos.

Algún día debería echar a andar
y ver qué pasa.

Si supiera cómo.

jueves, 12 de julio de 2012

Hoy
la tristeza y la belleza
van de la mano
Es inevitable

viernes, 29 de junio de 2012

A veces me sorprende mi propia dureza.
También mi ternura.
Y cuándo surgen.

Ante la contención
que cubre el dolor,
cariño
deseo de consuelo
empatía.

Ante la declarada
necesidad de compasión,
frialdad
distancia
incluso juicio.
La empatía está ahí
pero no llego a ella.

Si no me atrajera tanto la vulnerabilidad en los demás,
podría entender mis inversiones emocionales.

lunes, 11 de junio de 2012




En la adolescencia, me enamoraba de cualquiera. No de todo el que me dijera qué lindos ojos tienes, de cualquiera literalmente. Pasaba de un amor imposible a otro, de un enamoramiento no correspondido al siguiente. Supongo que Freud lo habría visto claro: me enamoraba de mi padre una y otra vez. Pero por aquel entonces yo no conocía a Freud. Sólo sentía que no gustaba a nadie, y rezaba por ser atractiva, por gustar, por que se enamoraran de mí. Quien fuera. No ayudaba mucho que sacara una cabeza, como mínimo, a todos mis compañeros de clase y que mi cuerpo me resultara completamente ajeno e inmanejable. Todavía hay momentos en que lo siento así de nuevo. Es una sensación horrible.
Mis diarios de aquella época están plagados de declaraciones de amor eterno, en forma de poemas. Sería gracioso si no recordara lo que me dolía. Yo vivía esos amores muy profundamente, con mucho sufrimiento. Y me refugiaba en los libros y en mis fantasías, lugares donde encontraba ese amor que no hallaba en el mundo real, un mundo en el que yo prácticamente era un chico más entre mis amigos. Lo curioso es que eso a veces me gustaba. Estaba hecha un lío.
Entonces empezó a fraguarse, o quizás a afirmarse, mi poderosa razón, mi mente, que siempre me ha ayudado a filtrar, soportar y transformar la realidad y, en muchas ocasiones, a esconder e ignorar mis sentimientos.
Y se fue creando en mí un arquetipo de deseo: el chico inaccesible, imposible.
Nunca me han gustado los arquetipos, las generalizaciones, los modelos. De hecho, he intentado negarlos, luchar contra su existencia. Pero con el tiempo he tenido que reconocer que existen, como ideas del inconsciente colectivo, y gozan de una salud envidiable. Hasta he comprobado que muy a menudo los humanos intentamos responder a esos arquetipos, convertirnos en ellos, normalmente buscando ser amados.
Al final, creo que eso es lo que mueve el mundo: no el amor, sino nosotros buscándolo. El ser humano buscando aprobación, cariño, ser amado. Por lo menos nuestro mundo, el mundo mimado y abundante, hasta cuando se cae a pedazos.
Siguiendo conmigo: afortunadamente —por mi salud mental—, rayando la juventud, empecé a sentir el deseo de los demás, que no el amor. Algunas veces, no siempre de quien yo quería. Porque mi afán de alcanzar lo imposible seguía funcionando a la perfección. Ocurría de la manera más mundana y convencional posible: normalmente me aburrían soberanamente los chicos a quienes yo gustaba y me parecían fascinantes los que ni siquiera se fijaban en mi existencia. Seguía, en secreto, enamorándome de imposibles —y escribiendo poemas—, aunque de cara a los demás tuviera relaciones más o menos "normales". Como es lógico, nunca acababan muy bien. Más bien acababan y punto.
Y luego tuve muchísima suerte. Encontré el amor. Fue muy pronto, ocurrió de manera inadvertida e inesperada y me enseñó mucho. Por ejemplo, que el amor que yo buscaba, para existir, debe ser correspondido. Que lo otro era ceguera, y cobardía. Como mucho, deseo. Que los arquetipos se quedan a un lado cuando se produce un encuentro, una conexión. Que lo accesible puede ser maravilloso. Que, a lo mejor, yo soy digna de ser amada.
En las películas, aquí acaba todo. También en muchas novelas. Lo encontré. Por casualidad. Qué afortunada. Fin.
Pero claro, la realidad es otra. En la ficción no se aprende del día a día, de la rutina, del desgaste, de lo duro y difícil que es alimentar al amor, que es un dios caprichoso y exigente. No quiero ser ingrata, la ficción tampoco habla de las pequeñas delicias del amor cotidiano, de los momentos brillantes del amor a largo plazo. Muchos años después, yo sigo infinitamente agradecida. Pero aquella adolescente que deseaba lo inaccesible sigue formando parte de mí. Soy humana y, como tal, sigo queriendo lo que no puedo tener. Los hombres peligrosos, misteriosos, lejanos. Las mujeres seguras, enigmáticas, sensuales y bellas. Todo lo que yo no soy.

miércoles, 4 de abril de 2012

Para Paola
Última noción de Laura
Mario Benedetti

Usted martín santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aun en el caso de que no estuviera
todavía muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza.

Usted martín santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
porque me estoy muriendo santomé

Usted claro no sabe
ya que nunca lo he dicho
ni siquiera
en esas noches en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme.

Usted martín santomé no sabe
y sé que no lo sabe
porque he visto sus ojos
despejando
la incógnita del miedo

no sabe que no es viejo
que no podría serlo
en todo caso allá usted con sus años
yo estoy segura de quererlo así.

Usted martín santomé no sabe
qué bien, que lindo dice
avellaneda
de algún modo ha inventado
mi nombre con su amor.

Usted es la respuesta que yo esperaba
a una pregunta que nunca he formulado
usted es mi hombre
y yo la que abandono
usted es mi hombre
y yo la que flaqueo.

Usted Martín Santomé no sabe
al menos no lo sabe en esta espera
qué triste es ver cerrarse la alegría
sin previo aviso
de un brutal portazo.

Es raro
pero siento
que me voy alejando
de usted y de mí
que estábamos tan cerca
de mí y de usted.

Quizá porque vivir es eso
es estar cerca
y yo me estoy muriendo
santomé
no sabe usted
qué oscura
qué lejos
qué callada
usted
martín
martín cómo era
los nombres se me caen
yo misma me estoy cayendo.

Usted de todos modos
no sabe ni imagina
qué sola va a quedar
mi muerte
sin
su
vi
da.

Éste es uno de mis poemas favoritos. Lo he idealizado, llorado, leído y releído mil veces.

Creo que el amor sólo es posible porque existe la muerte. Al menos eso le agradezco a la parca, la infinita capacidad humana de amar.

No creo que haya más vida que ésta. Ni que mi falta de fe haga que la muerte sea más dura para mí. Igual es al contrario.

Morir no puede ser un cambio a mejor, así lo veo yo. La vida es demasiado buena. Pero tampoco a peor. Es parar. Dejar de existir. La nada. Si no se existe, no se sufre, si se ríe, ni se llora, ni se goza. Simplemente no se es. Y el ser es la esencia de nuestra existencia.

La muerte no es justa, o injusta, no creo que tenga ninguna motivación, que responda a ningún destino, simplemente es el final. Cuando uno muere, acaba. No habrá secuelas.

Para mí, lo verdaderamente duro, desgarrador, de la muerte es el amor. Quien muere amaba, y era amado, y las personas que deja tras de sí son quienes experimentan realmente la muerte y su devastación. Cuando alguien a quien quieres muere, su vacío, el hueco que deja en tu vida, en tu corazón, nunca va a ser llenado. Nunca se reemplaza a esa persona, porque todos somos únicos para quien nos ama.

El dolor es para los vivos. Ésa es la parte de la muerte que me aterra.

Quien muere habiendo vivido -no cantidad, calidad-, cierra un círculo completo. Y ya está. Pero los que quedamos, además de soportar su ausencia, sabemos que llegará nuestro momento, y que rendiremos cuentas ante el mayor juicio que conozco, el propio, de ese tiempo que hemos vivido "de más", de si lo hemos vivido.

viernes, 23 de marzo de 2012

La vejez me perturba y me emociona de una manera que nunca conseguirá la muerte.

viernes, 9 de marzo de 2012

Siento caballos salvajes
galopando en una canción

sábado, 21 de enero de 2012

Acabo de pegarme una llorera de las buenas.
Con el final de un libro.
Y estoy bien, tranquila.

Casi siempre, llorar sana.
Es como si el dolor se escurriera con las lágrimas
y dejara espacio libre dentro.
A veces también pasa al comprender algo,
con la aceptación
o cuando se deja de intentar mirar y por fin se ve.

El dolor no es tan malo.
Es natural.
Hay motivos, reales, duros,
y el dolor sería como el proceso de una enfermedad,
inevitable para la curación.
El verdadero problema es el sufrimiento.
Regodearse en el dolor
hasta que deja de tener sentido,
pero lo ocupa todo.

A mi alrededor,
personas a las que quiero de verdad
están inmersas en el dolor,
con motivos reales para ello.
Una parte de mi corazón se duele con ellas,
aunque no sirva de nada.
Es solo un dolor de acompañamiento
y, en ocasiones, la rabia que da la impotencia.

Mientras tanto,
la vida sigue
y en mi insignificante parcela de ella
aprendo, muy poco a poco,
a desear,
a querer,
a pedir.

Quiero música,
quiero color,
quiero alegría.