sábado, 26 de junio de 2010

En ocasiones la vida desprende destellos de intensa belleza.
Lo que hace daño de ellos es el contraste, como cuando miras fijamente a la luz del sol y después vuelves la vista hacia la oscuridad.


Me producen mucha ternura las pequeñas motas que las lágrimas dejan en los cristales de mis gafas. Es la sal. Las echaba de menos.

viernes, 25 de junio de 2010

No tengo muy claro si poseo algún talento. A veces veo aflorar algo que podría considerarse así, pero me preocupa ver que aparece únicamente en la duermevela y en el dolor más profundo. Son los raros momentos en los que en mí no hay pudor ni raciocinio. Cuando las barreras caen, cuando el control cede.
Pero la cuestión no está realmente en el ingenio que pueda o no parir. Puedo vivir sin talento, incluso puede que consiga ser feliz sin él. Lo que no puedo hacer es vivir sin mí, y resulta que soy yo quien está tras las barreras, tras el pudor, tras las toneladas de juicios y planes, de trabas y frenos. Tengo tanto miedo de no gustarme ni a mí misma que me he enterrado bajo una torre de saber estar y moderación. Y no sé quién hay debajo, ni qué es capaz de hacer.

domingo, 13 de junio de 2010

Pero ahora estoy solo yo aquí
intentando acertar el camino y seguir
con mi sangre y mi voz,
con mi estúpida voz,
porque padre, no soy como usted,
y mi anhelo es llegar a ser
alguen que nació,
se puso a vivir,
consiguió ser amado y amar
en la tierra y morir.
"Penúltimo ahnelo"
Nacho Vegas

Siento envidia de tu modesta grandeza.
Y miro, no tu cara, la de él,
a través de sus versos,
en píxeles que actúan
de puente y de barrera.

He vuelto a escuchar
canciones que me hacen mal.
Canciones cuyos acordes abren
rápida y cruelmente
un hueco en mi pecho.

De nuevo
respirar es costoso.
Mis bronquios sólo piden humo.
Humo y palabras.

Otra vez
me pliego,
esquina a esquina,
ante pequeñeces,
silencios,
miradas que no se producen más que detrás de mis ojos.

Y en mis sueños ya no llueve agua, sino sangre.

Sí, madre, he visto tus manos ensangrentadas
mientras dormía.
Pero no he sentido miedo.
Lo que me invade es la espera.

Todo ha acabado, lo sabemos.
No quiero que te vayas, aunque ya te has ido.
Esa tú que eras,
que has sido para mí,
se está desangrando,
poco a poco,
dolorosamente,
en un sueño.
Pero todavía no sé qué serás después,
quién renacerá de los escombros de mis cimientos.

Y sí que tengo miedo, mucho.

Temo no ser capaz de sostenerme sin pilares,
sin apuntalarme a las antiguas ausencias,
sin atar las amarras buen fuerte,
hasta que hieran la carne,
a tu dolor.

Pero te espero, eso lo sé.
Te quiero y por eso te estoy esperando.

Mientras tanto,
procuro alisar poco a poco los dobleces,
infinitas arrugas en mis venas.

Y nunca seré como él, valiente.
Pero tampoco seré tan cobarde y rastrera
como la piedra que se esconde en cada zapato que calzo,
como quien me hirió irremediablemente.

No traspasaré,
a lo peor,
las fronteras de mis temores.
Pero conseguiré,
lo sé,
alzarme sobre mis ruinas,
sobre los despojos de lo que fuertemente me sostuvo
y me ató.

Y puede que un día
te tienda la mano
y en las tuyas ya no haya sangre
sino pan.