lunes, 26 de octubre de 2015

Entrega, abandono.
Apagar el pensamiento
―¿¡cómo!?―.
Rendición, caída.
Desnudarse del todo.

Dejarse acariciar por dentro
donde no hay carne
ni barreras.

Ser vulnerable
por completo.

Capitular.

Ceder.

Desaparecer.

Despertar.
Ayer me convertí,
de nuevo,
en el lucero vespertino.
Un fogonazo de luz negra,
un recuerdo,
tan ajeno, lejano y pasado,
y vuelven a brillar las púas,
las cuchillas.
Me elevo y floto
en esa soledad doliente,
antigua, oscura.
Desde lo alto
lo busco
entre imágenes quietas.
¿Queda algo de mí
con él en aquel día?
Quizás esa parte que me falta
se la llevara él,
inadvertido.
¿Le dejé, intoxicada,
robarme lo que ahora necesito?