martes, 5 de octubre de 2010

Creo que hace tanto que no escribo porque estoy abrumada.
Influye un poco el hecho de que ya no viajo a diario en autobús: eran mis momentos de introspección, los minutos dedicados a sentirme.
Pero, básicamente, cuanto más intento conocerme, cuanto más intento aprender a ser feliz, más me siento sobrepasada por lo que queda por delante. Y no hay camino.
Si tengo pánico a mi pasado, está claro que perderé la partida antes de empezar a jugar. Pero no puedo negarlo: todavía tengo mucho que llorar, hay muchas heridas cerradas en falso.
Y no puedo abandonarme al miedo a cada paso, por mucho que tema descubrir qué hay tras la bruma, por más que me tiemble el corazón cuando intuye la posibilidad de quedarse solo, o su capacidad de abandonar, de herir.
Ayudaría saber qué partes de mi son mías y cuáles prestadas, construidas a la fuerza durante años. ¿Queda algo en mi de aquella niña a quien miro con temor y desprecio a partes iguales? ¿Conservo algo de su fuerza, de su desprecio por la compasión, de su dolor, de su incapacidad para ser social? ¿Podré soportar descubrirlo?
No sé si aprenderé algún día a lidiar con el espacio que él ocupa en mis días y en mi corazón. No sé si conseguiré encontrar otro bálsamo para el miedo que no sea el vacío, otro conjuro para el dolor que no sea el deseo.

No hay comentarios: