viernes, 26 de abril de 2013


Este año, al estrenar el abril trigésimo segundo de mi vida, he recibido un regalo de valor incalculable.
Un regalo que son dos y que, por inesperado, me tiene todavía barruntando consecuencias.
Dos regalos que cumplen deseos antiguos y oxidados ya de tanto posponerlos.
Dos regalos que me tienen atónita, inexperta, exploradora, que me han puesto en espera al otro lado del punto de mira; me han hecho voyeur y hortelana y un poco negligente también.
Dos regalos que me han tomado de la mano, suavemente, y con gentileza me están acompañando para que deje de perderme ―niña inconstante y despistada―; que me intentan conducir hacia el camino luminoso por el que crees que discurro.
Dos regalos que no han conseguido todavía ―tiempo al tiempo, nunca se sabe― apagar esa sed, pero que en días alternos me embriagan para olvidarla.  
Este año, al estrenar el abril trigésimo segundo de mi vida, se me ha regalado la paz y la belleza.

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