martes, 19 de abril de 2011

Recuerdo perfectamente la ropa que llevaba el día que conocí a E. En realidad le había visto antes, pero aquel día fue la primera vez que quedamos. La verdad es que quedaron por nosotros, pero no quiero perder el hilo, así que:
Recuerdo perfectamente la ropa que llevaba el día que conocí a E. Unos pantalones ajustados de color verde lima -es raro, yo tenía 14 años y jamás llevaba nada ajustado, o que llamara la atención- y una camiseta prestada. Me la dejó una buena amiga y era amarilla, con una flor muy grande bordada en el pecho. Todavía la guardo -nunca se la devolví, claro- y jamás volví a usarla. Hice con ella lo que se hace con los vestidos de novia, convertirla en un símbolo de lo que pudo ser.
Recuerdo que primero estuvimos en un bar, y que era cutre. Uno de esos bares españoles que no son bares de verdad, ni cafeterías, sino lugares fríos y feos con colillas, palillos y servilletas en el suelo. Me acuerdo con detalle de cómo eran las mesas, de dónde estuvimos sentados, de la escalera por la que se bajaba al baño... pero ni aunque me amenazaran de muerte sería capaz de recordar qué bar es o dónde estaba.
Mi memoria es peculiar, selectiva, personal -no de mi persona, está claro, porque si no recordaría dónde está ese bar-, pero su finalidad nunca es protegerme.
No, los detalles que he olvidado de esa tarde son muchos -de hecho, casi no recuerdo nada de la conversación-, pero todos los que se han quedado acompañándome durante estos años duelen, así que claramente mi memoria no me defiende de nada.
Había cuatro personas sentadas en aquella mesa y supongo que estaríamos allí un buen rato, porque se hizo de noche, pero conservo sólo dos momentos de aquello en mi olvidadizo cerebro. Los dos protagonizados por él. E me aconsejó que no utilizara lentillas, las gafas me quedaban bien y a él le gustaban. Seguramente diría algo así como que las lentillas son una puta mierda. Cuando yo me fui al baño, dijo, literalmente, que yo estaba buena. ¿He mencionado ya que yo tenía 14 años? No sé cuántos tendría él, calculo que unos 40.
Después recuerdo que fuimos a su casa. No puedo encontrar en mi cabecita cómo fuimos, ni dónde está, cómo era esa casa o lo que allí se habló. Sólo el atisbo de una puerta abierta y una sala pequeña. Y otros dos momentos. Suyos, también. E me preguntó si me importaba que se fumaran un porro. Yo dije que no. Hubiera estado bien que, ya puestos, lo hubieran compartido conmigo, pero con los adultos ya se sabe. Al despedirnos, E me abrazó.

Tuve otros dos encuentros con E después de aquél. Intentaré recordarlos.

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