sábado, 4 de diciembre de 2010

Normalmente, estar cegata no suele ser una ventaja. Tienes que llevar gafas, te das contra las cosas, no reconoces a la gente cuando pasa a tu lado...
Pero ¿recuerdas cuando eras niño y percibías el mundo únicamente desde tu peculiar perspectiva? Yo nunca quería irme a dormir, no fuera a perderme algo. Y cuando jugaba al escondite, creía que si yo no veía a quien se la ligaba, él no podía verme a mí.
Pues, a veces, algo parecido ocurre cuando no ves bien. Puedes esconderte del mundo cuando quieras, sin necesidad de cerrar los ojos. Los objetos, los paisajes, las personas pueden ser mucho más bellos cuando están borrosos. La imaginación juega mucho más cuando la vista falla. Y es mucho más difícil percibir los pequeños fallos, las imperfecciones de la propia piel.
Por eso, cuando algún amigo me habla de su recientemente recuperado y maravilloso sentido de la vista, nunca me convence, porque habrá recobrado la nitidez, pero ha perdido para siempre el velado e infantil mundo que sólo se descubre a tientas.

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