miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mis ojos cambian de color.
Normalmente visten un color pardo, otoñal, el ocre que tiñe los troncos de los árboles.
Pero cuando el agua salada los roza, cuando lloran -a veces basta sólo con que miren al mar- se tornan del color de un brote tierno de nogal, de la sabrosa aceituna, del ficticio verde de la laurisilva.
Me pregunto si se transformarán también al mirarte.

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