Normalmente visten un color pardo, otoñal, el ocre que tiñe los troncos de los árboles.
Pero cuando el agua salada los roza, cuando lloran -a veces basta sólo con que miren al mar- se tornan del color de un brote tierno de nogal, de la sabrosa aceituna, del ficticio verde de la laurisilva.
Me pregunto si se transformarán también al mirarte.
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