martes, 13 de abril de 2010

A pesar de haber coqueteado con más de un credo en toda mi vida -no tiene sentido negarlo, llegué muy lejos en alguna ocasión-, no creo en ningún dios, ni en infiernos o paraísos, ni en otras vidas que no sean esta, la mía, la tuya, la que transcurre hoy y desembocará irremediablemente en la muerte, en el vacío. Pero sí, tengo fe en algo -tampoco puedo negarlo, soy humana-. Mi única creencia constante, profunda, instintiva, diría que incluso visceral, es en el ser humano. Creo firmemente en la ilimitada capacidad del hombre para absolutamente todo. Creo sin ninguna duda que no hay nada que el hombre no pueda conseguir, que no hay excelencia que cada uno de los seres humanos no pueda alcanzar. Pero -siempre hay un pero, es inevitable- mi fe, como todas, es completamente ciega, irracional e incomprensible. Sí, puedo aportar pruebas, razones, algunas tan ínfimas como el arte y otras grandiosas, como una sonrisa desconocida, pero siempre serán equiparables a las evidencias en contra, que me niego a mencionar aquí -en los credos nunca ha habido democracia, ni objetividad, ¿por qué iba el mío a ser una excepción?-. Así que aquí estoy, como tantos otros, creyendo en algo que lo mismo es verdad o igual es una burda patraña.
Y toda esta confesión tan sólo para admitir que el ser humano cada vez me pone más difícil conservar mi fe.

3 comentarios:

el coso dijo...

Desde la primera hasta la última palabra de acuerdo con usted. El problema está en elegir en qué seres humanos se puede confiar.

Alfredo Tuntra Gómez dijo...

te creo o creo en ti??

Sara dijo...

Dificil decisión, la verdad. Si puedo elegir, prefiero que creas en mi, pero como dice el señor coso, hay que elegir bien en quién se confía...